La mañana pintaba levemente esperanzadora. En el horizonte sólo había una nube grisesona que me dejaba medio lacio: una excursión nivel pensionados del IMSS, encabezada por una de las frutitas de mi vientre (Pato Titi), al Festival del Terror – y lo que eso signifique- de “Six Flags”, en la nuevísima Ciudad de México.

En otra ocasión, lectora, lector querido, reseñaré en estas cartas personales, la visita a ese bodrio sepulcral en que se convierte el parque, lleno de escuincles gandallas, papás valemadristas y unos zombis disfrazados de Javier Duarte, a los que uno quiere regresarlos directo a San Juan De Ulúa.

Estaba yo en mi mañana.

Justo cuando me empeñaba en hacer que el jabón lavara estos tesoros, en plena regadera, un maléfico pensamiento o presentimiento cayó sobre mis hombros: “El gordito Emir Garduño estará bien comido?”. Pa´ qué lo invoqué.

Minutos después, seco y semilimpio, me enteré de que don Emir había soltado (después de soltar la madrina), 170 mil pesos al señor al que sus guaruras le enseñaron a respetar la vía cuando la utiliza un guarro y sus achichincles.

De esa manera, uno de los tantos cargos que enfrenta el gordis quedaba sin sustento, y por ello, la posibilidad de liberar a Willy se ordenaba, previa contratación de un chavito para que el bien nutrido empresario saltara sobre él, peligrosamente.

“Exige juez liberar a Emir”, cabeceaban portales y redes.

“170 mil pesos lo pueden hacer libre”.

“Ni cuando terminó la dieta estaba tan feliz”.

“Busca Emir a sus guaruras, porque ya va a salir”.

Me quiero morir en un hospital del IMSS gritando leperadas.

Yo tenía, para estas fechas, varios obsequios que pensaban llevarle al finito jovenazo.

Le había comprado un disfraz de calaverita, que también servía como mameluco; la idea era ponerlo en onda en la celebración de muertos del bote. Había uno de calabaza que, creí, lo haría verse ridículo, sobre todo por las pepitas que le colgaban de la entrepierna.

En la misma promoción, venía incluido un traje de Santa Claus, para que hiciera las delicias de los internos, disfrazado de Papá Noel. Los regalos que daría eran cemento, varilla, fotos de él con todos sus “enlaces”, y dos rines de auto de lujo.

Para la pastorela interna, ya tenía yo su disfraz de Rey Mago o de elefante del Sabio, si no nos dejaban pasar el que solicitaríamos a Zacango.

Nada, parece, se me va a hacer.

A alguien no le conviene mucho que Emircito siga en el bote soltando la sopa de sus cochupos.

Ni hablar.

Ya le haremos una recepción a su nivel y, yo, prometo llevarlo a “Six Flags”.

Como anuncio final, pongo a la venta dos disfraces para Día de Brujas y Navidad, y un costal de cacahuates.

Informes en @gfloresa7.

CALAVERA II

En un bache profundo,
Cayó Fernando Zamora,
La muerte le dio gran susto
Y le marcó puntual su hora.

Murió el profe Fernando
Se lo llevó la huesuda
Lo dejó sin voz ni canto
Y con la misma envoltura.

Dicen que se fue
En una ecobici verde
Sin llantitas de soporte
Pues se sentía muy fuerte.

No es cierto, gritó la calaca
Me lo llevé de los pies
Directito a San Cristobal
Por no poner puro diez.

Ya está en el panteón
Zamora y su calavera
Buscará dar su lección
En la caja de madera.

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