“Orita regreso”

El ritual era particularmente terrorífico. Mi abue ( la lideresa del Cártel de los Romeritos, misma que amenaza con sembrar el terror en esta Navidad), me ponía a lavar la fruta, ir por los cigarros, emplatar el camote (sin ningún doble sentido, sólo unidireccional), colocar una mesita hábilmente adquirida por mi abuelo, años antes, a los vendedores de Corona; poner unos manteles de deshilado natural ocasionado, no por manos mágicas, sino por el tiempo de vida que ya tenían, y colocar las correspondientes 530 velas – o más si cabían-, en la ofrenda que daría la bienvenida a su esposo, familiares, amigos, colados y muertos gorrones que no tuvieran “plan” para la noche del dos de noviembre.

Mi abuelo nos hizo la grosería hace casi 15 años. Decidido no seguir pagando impuestos, y ya con un marcapasos marca LG en pleno pecho, voló a talleres mecánicos celestiales.

Antes de su viaje, soltó el clásico y mexicanísimo “orita vengo”, y se durmió.

La frase siempre lleva un dejo de esperanza pero también un contundente “si tienen tele, ahí se ven”.

Desde tiempos meshicas, la celebre frase “orita vengo”, se ha convertido en la forma azteca de nunca te vayas sin decir te quiero.

Hay registros de que Quetzalcóatl, en pleno ritual de extirpación de corazones, habría dicho al sacerdote en turno “orita vengo”, previo avistamiento de unos “hipis” horrorosos que seguían sin soltar la lengua y todo lo hablaban con s, y legaban a agandallarse al país.

Don Quetzal, nada tarugo, y previendo lo que podrían hacer los peludos, agarró su penacho, que después se lo pepenaron en otra cultura, y se fue.

Lo mismo hizo mi abuelo. Con espíritu profético, ya veía entre sus sueños, un copete engelado que nos dejaría pelones a todos, y prefirió la salida de emergencia.

Su ausencia es un reclamo amoroso diario que le hago, y pienso cantárselo de frente algún día.

Perdón. Me salí de relato.

Estábamos en la ofrenda.

Por algún motivo, las velas que ponía mi Teresa Mendoza particular, siempre tenían un color más sombrío y tenebroso.

Ah cómo se mueve su fueguito por las madrugadas y cómo proyectan sombras que, estoy seguro, no eran la de mis familiares huesudos.

De unos años acá, la Chapo del bacalao sólo pone algunas frutas en su mesa, y dos o tres velas.

Secretamente habla con mi abuelo y le dice que vaya preparando el guateque porque ya quiere alcanzarlo.

Este año, por una reconciliación con los que no están aquí y nos dejaron su reguero, propongo que todos pongamos una ofrenda de bienvenida.

No se trata, lectora- lector queridos- de poner frutas, tubérculos, refrescos, pulque, mole que termina mosqueado y apestoso, ni nada de eso, sobre una mesa.

Ofrezcamos el mejor de nuestro esfuerzo, de nuestro saludo, de nuestra cocina, de nuestro quincena, de nuestro tiempo, a los que aún están aquí. A los que no nos han dicho “orita regreso”.

Seamos ofrenda mecida para este país tan culturalmente enamorado de la muerte y descuidado con la vida.

Yo comienzo hoy, y espero que te sumes conmigo. Más tarde o temprano todos tendremos que decirte, antes de ver la lucecita, “orita regreso”.

CALAVERA UNO.

Se paseaba en el panteón
La muerte con todo y sable
Quería llevarse al infierno
A Eruviel en Mexicable.

Lo tentó con varios premios
Y le prometió La Silla
Pobre gober, terminó
En el trono de la villa.

Ya está en el averno Eruviel
Llorando su muerte en balde
Quería ser presidente
Y le ganaron la grande.

Nos encontramos en @gfloresa7

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