El mercado Juárez, un lugar lleno de historia

Los días en que los pasillos del Juárez asemejan a fechas de fiesta, sobre todo son los viernes, cuando llegan “los marchantes” de Tenango, Lerma, Xonacatlán y Villa Victoria a comprar a la nave de las florerías, instalada en la zona 3, conocida como la Ampliación, aunque de paso los visitantes, aprovechan para comer pancita en alguno de los locales del área de húmedos; una estampa que se repite desde hace 45 años.

-¡Pásele jóven, tenemos de buche, cabeza, faldita, mire pruébele! -incitan los pregoneros expertos que se instalan frente a los locales de comida que dan a la avenida Isidro Fabela.

Con un perímetro de unos 7 mil 500 metros cuadrados, tres zonas en las que alberga más de 2 mil locales y recibe clientes de todo el Valle de Toluca, el mercado Benito Juárez, se puede adjudicar ser el corazón de la economía familiar toluqueña.

No siempre ha estado ahí, ni tenía el mismo nombre, antes tuvo su domicilio en lo que actualmente es el Jardín Botánico del Cosmovitral, y era conocido como mercado 16 de Septiembre, pero en 1972, el gobierno decidió reubicarlo y fue dividido entre los comerciantes que se fueron a la Aviación y a la zona de la terminal, según los antecedentes existentes.

Entre los pasillos del área dos (Secos), donde están instalados los zarapes, sombreros de charro, galleros, las tiendas de ropa para primeras comuniones, canastas de carrizo, cobijas de Moroleón, relojes, discos y accesorios de cuero, está el antiguo local 777 atendido por Hermelinda Santana Bernal, una comerciante de lana y otras vestimentas de tela, y quien llegó a fundar con otros negocios el actual mercado.

“Estaba niña cuando mis papás me llevaban a diario a abrir el local allá en el Cosmovitral, ahí les habían heredado mis abuelos este negocio, yo estudiaba la secundaria y me tocaba despachar a veces, luego nos cambiaron a la calle de Rayón por un tiempo y finalmente nos trajeron aquí a la terminal”, recordó Hermelinda, quien ya cumplió los 65 años y es de las pocas comerciantes fundadoras que quedan en el Juárez.

La comerciante, funge como promotora de los pequeños productores de rebozos de Tenancingo y Temoaya, pero también ofrece los zarapes de Saltillo, los huanengos de Michoacán, las camisas de Jalisco y Guerrero.

“Debemos promover lo hecho en México, nosotros les compramos a los pequeños artesanos y así ellos tienen más trabajo y movemos la economía del país”, explicó la comerciante, con un acento casi experto en la oferta y la demanda.

A unos metros, pasando el estacionamiento, en el lado norte del Juárez, se ubica el local “Puro Michoacán”, en el área conocida como Ampliación, una zona que no estaba considerada en el plano original del mercado, pero que por la demanda de los comerciantes que no tenían espacio se instaló.

En esa área, junto a los tulipanes, rosas, gardenias, gladiolas, margaritas y los esqueletos de madera en forma de cruz, las cajas de jitomate, cebolla, ramilletes de cilantro y el gordolobo, se ubica el local 1104 que atiende Martín Ramos Coria.

Un agricultor michoacano que a diario junto con sus ayudantes pela sin parar nopales que traen desde Milpa Alta, en la Ciudad de México y elotes, que les llegan desde el municipio de Zirondaro, Michoacán.

“Es puro nopal fresco, del mejor y jugoso”, oferta el agricultor, a sus clientes que llegan y sin dejar de mover sus manos de un lado a otro con cuchillo en mano para quitar las espinas del nopal.

Según explicó Martín, la mayor venta de su producto en el Juárez, se hace en los meses que vienen de Semana Santa, por lo que su local se atiborra de docenas de cajas con producto.

“Nos está pegando feo el gasolinazo, porque subieron los fletes para traer el producto y los gringos no están dejando pasar ya el elote y nopal”, lamentó el comerciante con preocupación, aunque sabe que de esas crisis desde hace 22 años que se mantiene en el mercado Benito Juárez, las ha podido sobrellevar.

Los pasillos con negocios como “Puro Michoacán” de Martín, y el de lana de Hermelinda, son el corazón del mercado, que está cobijado por láminas de metal que han sido pintadas muchas veces, impregnado de voces que dicen: -¡Bola mi jefe! chasquidos de cuchillos que rebanan una y otra vez el pollo y la res en el área de húmedos, olor a hierbabuena y vísceras que reciben a los marchantes; estampas de Toluca, como de las que habla Alejandro Ariceaga en su libro Clima Templado.

-¡De a diez la docena, de a diez mi jefa! –repiten los ecos de pregoneros, que se encierran entre las naves de uno de los mercados más antiguos de Toluca.

Fuente: elsoldetoluca.com.mx

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