Uno más

Uno más.

La conozco desde hace 39 años. En mi vida tiene mil nombres y todos transitan, serpentean los caminos del amor.

Se llama Angelita o abolita; María o abue; chamaquita o nena.

Cansada, con la mirada llena de recuerdos que hay en su cabeza y otros que ya se olvidaron de ser, mi abuelita cumplió 87 años.

En este espacio he hecho referencia constante de su presencia en mi vida.

La «Líder del Cártel de los Romeritos» se ha convertido, en estos días, es la festejada de lujo.

Yo ya casi no me acuerdo cuando era joven; tampoco estoy seguro si ella lo recuerda.

Hace 15 años se murió mi abuelo, y ella asegura que le ve en sueños y le informa que todo está listo para recibirla en casa.

Con ella he viajado casi a todos lados y hoy de casi ninguno se acuerda.

En uno de los últimos viajes teníamos que caminar y caminar, y llevaba unos huaraches tipo India María, de un color chamoy, que no le permitían tres pasos sin sentir calambres en el dedo chiquito del pie.

Nos metimos a una tienda de deportes, pedimos unos tenis verde vómito de Alien, con tonos Rosa Peppa Pig, y salimos de ahí, ella como Ana Gabriel Guevara, y yo como Ernesto Canto con las patas achicharradas.

Cuatro minutos después de salir de la tienda caí en la cuenta que no llevaba calcetas y se iba a tostar los pies, casi de modo similar al del buen Cuauhtémoc.

Cuál fue mi sorpresa cuando la muy móndriga llevaba puestas dos calcetas negras ultraconfort, exclusivas para corredores (de bolsa) que sí se saben poner las calcetas al derecho.

De dónde las sacaste? Le pregunté a la gacela.

Una señorita me empezó a hablar en inglés; le hice la señas para poder agarrar unas calcetas de una canasta donde había muchas. Me dijo «yes». Me las probé; me quedaron. Fui a pagarlas con la misma señorita y me dijo en un español como de Tepito, que me las regalaba, me explicó.

Se había traído unas calcetas de una canasta de prueba para aquellos que no llevaban propias para comprarse tenis.

Excuso decir el olorón que se cargaba de las pantorrillas para abajo, pero la comodidad de ensueño que experimentó el resto del viaje.

Tengo casi mil historias con ella. Mil noches y mil días de sustentado amor.

Este 22 de abril celebró sus 87 primaveras, que a veces parecen inviernos intermitentes.

Ya hemos superado encuentros y desencuentros; la partida por decisión propia o de Dios, de seres cercanos y no tanto. Un infarto un domingo por la tarde, y la bendición de un nuevo e independiente miembro de la familia que la ha adoptado como hermana mayor.

Es mi segunda mamá y sé que sus pasos se elevan cada día más a su última morada. Donde ella asegura, la esperan sus papás, algunos de sus hermanos y su esposo.

Su mejor regalo, este año, es, sin querer, el mejor nuestro: sus manos con miles de arrugas, sus párpados cansados, y su permanente necedad de no tomarse la medicina.

Te amo, abue. Por tus 87, y tus olvidos, y tus manías, y tus pasos, y tu fuerza, y tus ganas, y todo lo que juntos hemos sido: los tres, no, los cuatro mosqueteros.

Nos encontramos en @gfloresa7

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