Afonía del Cicerone

NO CONTAMINO.

 

“Hay palabras que se dicen y otras que seducen”, reza un aprovechable libro de poemas cotidianos, frases diarias y citas extraordinarias.

Cuántas palabras al día emitimos y, como si fueran partículas suspendidas, dejan a nuestro paso una buena cantidad de contaminación.

No pienso ni me atrevería a ser censor del medio ambiente lingüístico, pero te invito, lectora lector querido, a que empecemos a dejar de contaminar con nuestras palabras.

Ya me imagino al chaparrín Mancera, en mancuerna con el rey del Periscope, el señor Ávila, anunciando una contingencia verbal que ha contaminado en extremo el centro del país, y que los obliga, como buenos ciudadanos preocupados por el medio ambiente, a ser ejemplo de las nuevas medidas y cerrase la boquita con un candadito.

 

  • Yo, Miguelín Mancera, me abstengo de decir borregadas frente a la contaminación que hemos provocado. Ya no culparé de todo a todos, y sólo hablaré para ordenar acciones que favorezcan la calidad de vida de quienes un domingo, y con renovada esperanza, eligieron que sustituyera al carnal Marcelo. Aplausos si gritos, puro sonido de palmas. Bajan los Imeca.

 

  • Por mi parte, y en el entendido de que si tuviéramos verificación verbal yo no pasaría ni con calcomanía roja y terminación 2018, como gobernador del estado de México, dejaré los discursos de 40 minutos en cada uno de mis actos. Me comprometo a entregar obras, a mesurar mi dichos y a gobernar para hoy y no para los sondeos de cara a sustituir a mi paisano. Ovación en silencio. Algunos se ponen de pie pero no contaminan, es decir, no emiten palabras que dañan al entorno.

Cada ciudadano, desde ese momento, acata la medida.

Por las mañanas, en las casas, se oye, antes del “ya carajo, levántate”, un “buenos días, ya es hora”.

En el auto, en lugar de “shingao, fíjate. Quién te enseño a manejar; mula”; se escucha “adelante, uno y uno; pásele; ahora voy yo”. Gracias.

En el trabajo: “Buenos días, por favor; gracias; bien hecho; creo que te equivocaste, corrijámoslo; así no es pero…; yo lo hago. Yo me quedo”.

En la noche: “Te extrañé. Gracias. Felicidades. Te quiero. Te amo. Qué orgullo”.

Sí, ya sé. Sueña mamey, imposible, monosilábico, eufemístico, irreal, imposible. Así deben ser las medidas contra la contaminación.

Dejamos de hablar uno, dos o tres días, si sólo emitimos palabras contaminantes.

Nos quedamos calladitos los sábados, o los viernes en la noche cuando se desata la contaminación verbal a su máximo en un operativo de alcoholímetro, en un antro o a la salida del cine cuando alguien se metió en la fila para abandonar del estacionamiento.

Ojalá quieras acompañarme, lectora lector medioambientalistas, y esta semana emitamos menos contaminación lingüística. El alma, nuestra alma, lo necesita.

Nos encontramos en @gfloresa7

 

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