La escena se desarrolla en un insufrible Burger King, que es como Las Fodongas de los gabachos pero más insípido.
Después de una innecesaria separación, dos frutitas de mi vientre y acá su fabulista, nos reencontrábamos, nos reconocíamos y sentados en una mesa de diálogo parecida a la de Gobernación y la CNTE (nadie sabe quién está parado, sentado o debajo de la mesa), decidíamos pasar los fines de semana juntos.
La primera petición de las mini integrantes de Antorcha Campesina fue ir por una hamburguesa. Claro que la variedad del producto aún no incluía, creo, Crujirata.
La “mayorcita”, así se dice, tenía cinco años, y dos la “menorcita”.
Todo transcurría con irritable calma en la zona de juegos del chafísima establecimiento, cuando la lideresa del grupito se paró en seco en medio de la resbaladilla y, a grito tendido, profirió: “Ya mi anda de la chis”.
Media docena de mamás obligadas a estar en la zona, “quesque” cuidando a unos monstruos de medio metro, alzaron la mirada para ver quién gritaba. Después de confirmar que ninguno de sus chavitos era el Juan Escutia toluqueño, suspiraron aliviadas y siguieron con su plática femenil.
Yo sentí que mi vida se perdía en un abismo profundo y negro como… bache de la zona industrial de Lerma.
De inmediato agarré a mis dos frutitas y las llevé al baño para “Hamburguesitos”, ante la imposibilidad de ellas para entrar al cuarto con la leyenda “Papitas Fritas”.
Con un rápido movimiento acomodé a Gaby, la más grande, de “aguilita” y le di la indicación que procediera.
Terminado el trance, y casi cuando le tocaba a ella terminar la asepsia, me di cuenta que le había dejado los chones puestos y, ahora, completamente mojados. Parecían lata de chiles La Costeña.
“Grabriela – le dije a la meona- por qué no me avisaste que no te había bajado los calzones”.
“No me diste tiempo, pa”, me dijo con media hamburguesa en la boca.
“Pero no te preocupes; no se me mojaron los zapatos”, terminó su frase.
Hija de Elba Esther, pensé.
Lo siguiente se convirtió en un show de participación femenina que incluyó a algunas mamás que me ayudaron con el galimatías.
Y todo esto, ¿cómo para qué?, me preguntarán ustedes, lectora- lector querido.
Sencillo. Después de los Juegos Olímpicos, y la honorable participación de Feyo Castillo, debemos reconocer que, en medio de todo, no se mojó los zapatos, aunque los chones ni con Vel Rosita.
A comprar otros, porque así son los políticos. Se hacen, se medio limpian (perdonen ustedes la escatológica explicación), y se cambian – hasta donde les permitan sus intereses- para seguirla… regando.
Castillo regresa a México con los zapatos limpios pero oliendo a chiles de La Costeña, salidos del estado de México.
¿Quién la avisa que ya no habrá otros?
Nos encontramos en @gfloresa7