“¿Qué les parecería nadar este verano junto al Covid-19?”, preguntó el buzo francés Laurent Lombard, fundador de la ONG Opération Mer Propre, en un mensaje publicado a fines de mayo en Facebook. Su interrogante fue recogida rápidamente por medios como CNN y The Guardian, ya que nacía de preocupantes hallazgos realizados por el grupo, el cual se dedica regularmente a recolectar basura en las aguas y playas de la exclusiva Costa Azul gala. Entre las latas de aluminio y bolsas que solían encontrar en el mar, los voluntarios empezaron a recoger elementos que nunca habían detectado en más de 15 años de trabajo: docenas de guantes y mascarillas desechables, además de botellas vacías de gel para manos.
En el mismo posteo, Lombard advirtió de la amenaza que representa lo que su ONG llama “basura Covid”, cuya presencia también ha sido detectada en lugares tan distantes entre sí como Hong Kong y Estados Unidos. Sólo en Francia, las autoridades adquirieron en abril dos mil millones de mascarillas desechables para que su población pudiera combatir la propagación de la pandemia. “Sabiendo eso, pronto correremos el riesgo de tener más mascarillas que medusas en el Mediterráneo”, escribió el buzo, junto a un video que mostraba mascarillas enredadas en las algas y guantes que flotaban cerca de la ciudad de Antibes.
Las imágenes activaron la pronta reacción del parlamentario Éric Pauget, cuyo distrito abarca la Costa Azul. Para él, el hecho de que la mayoría de las mascarillas, guantes y escudos faciales desechables que hoy ocupa la gente común en sus casas y en las calles estén elaborados con plásticos como polipropileno y polietileno representa un riesgo para todo el mundo. “Considerando que tardan 450 años en degradarse, estas mascarillas son una bomba de tiempo ecológica”, escribió el político en una carta dirigida al presidente galo Emmanuel Macron.
La preocupación de Pauget y Opération Mer Propre se sustenta en que los elementos ligados a la protección contra el Covid-19 sólo agravan la actual crisis plástica que viven los océanos. Cifras publicadas por la ONU, muestran que casi 13 millones de toneladas de plástico terminan cada año en el mar, es decir, el peso de unas 1.200 torres Eiffel. Sólo a las aguas del Mediterráneo llegan 570 mil toneladas, lo que según la organización WWF equivale a lanzar al océano 33.800 botellas plásticas por minuto. De acuerdo con Greenpeace, cada uno de esos envases tarda 500 años en descomponerse.
“En mayo, se dio a conocer un informe de WWF Italia donde se establecía que si sólo el 1% de las mascarillas eran desechadas de manera incorrecta, se podría llegar a tener hasta 10 millones de mascarillas al mes contaminando el ambiente. Si llevamos esto a peso, considerando que cada mascarilla alcanza unos 4 gramos, se liberarían al medioambiente más de 40 mil kilogramos de plástico”, explica Susan Díaz, coordinadora de la campaña REDUCE+ de WWF Chile. “Respecto al plástico por pandemia, se ha visto una mala disposición final de guantes y mascarillas, lo que también podría ser un foco de contagio para las personas”, añade.
Si se habla del territorio nacional, donde según la industria local se consume casi un millón de toneladas de plástico al año y se recicla apenas el 8,5%, la llegada al océano de implementos plásticos ligados al Covid también podría tener graves consecuencias. Según diversas organizaciones ambientales, el 75% de la basura que se encuentra hoy en las playas chilenas corresponde a plástico. De hecho, limpiezas de playas organizadas por la Dirección General del Territorio Marítimo y de Marina Mercante (Directemar), indican que entre los artículos más comunes están productos de un solo uso, como contenedores de plumavit, botellas, tapas y bombillas.
“Hasta donde sabemos, la evidencia indica que las zonas más afectadas son las islas oceánicas, la Patagonia y en menor medida otras áreas”, indica Cristóbal Galbán-Malagón, doctor en ciencias del mar e investigador de la Universidad Mayor. “Como WWF Chile, ya hace más de una década hemos alertado respecto a este problema, primero en base a un estudio en las aguas al sur de Chiloé, en el golfo de Corcovado, un sitio muy relevante para las ballenas azules. Éste determinó que el 90% de la basura en esas aguas correspondía a plásticos, y un 30% de ellos eran bolsas”, comenta Susan Díaz.
A medida que los desechos plásticos deambulan en el mar, se van disgregando en pequeños trozos que dan origen al microplástico: según Ocean Conservancy, hoy existen al menos 600 especies marinas amenazadas por este material, al que suelen confundir con su propia comida. Este riesgo se extiende a la cadena alimenticia humana, ya que los productos del mar representan la principal fuente de proteínas para cerca de mil millones de personas.
Un estudio publicado en 2019 en la revista Environmental Science and Technology señala que cada año un humano consume entre 39 mil y 52 mil partículas de microplástico, lo que según otro reporte de la Universidad Johns Hopkins podría alterar incluso el funcionamiento del sistema inmune. A este riesgo con el que conviven peces y otras criaturas, Galbán-Malagón agrega otro: “Animales que quedan atrapados en plásticos como cuerdas o productos de packing. Podrían morir y en consecuencia diezmar las poblaciones. En estudios que hemos realizado, observamos hembras de lobo fino que fallecen enredadas”.
“La fuente siempre es local, gente sin conciencia. Tal cual lo hacen con las colillas, las bolsas y las botellas plásticas, lo están haciendo con las mascarillas. Siempre el humano es el culpable”, asegura el fotógrafo Rodrigo Farías, quien vive en Pichilemu y es director para Chile de Parley For The Oceans, organización mundial con iniciativas relacionadas con la limpieza de playas y la educación medioambiental. Él explica que el alcantarillado, el viento e incluso la lluvia suelen transportar los desechos plásticos al mar. Una fuente adicional son los vertederos, ya que las aves costeras van a esos lugares a buscar alimento y terminan llevando plástico a sus nidos: “En una isla de la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt pudimos encontrar cientos de envases de paté. Además, hallamos una gaviota con una bolsa en el cuello en Pichilemu”.
Farías señala que recién en agosto su grupo obtuvo autorización para volver a las playas de esa zona, donde ya han descubierto mascarillas desechables. “En la playa La Ballena en Infiernillo sí encontramos mascarillas y en la playa chica de Punta de Lobos también. Estas provienen de una fuente local que son los estacionamientos. Por el momento no hemos descubierto que vengan por las mareas; recién estamos volviendo a la reactivación de las limpiezas de playas, pero si ya se empiezan a ver será una lástima, porque seguro que la ola que viene atrás viene fuerte”.
Con información de: la tercera.com