Mi relación con los baches nunca ha sido buena. De hecho, creo, hemos mantenido un vínculo tirante, de groserías de mi parte cada que me encuentro con uno, de dos llantas ponchadas, tres rines chuecos y mi riñón derecho en calidad de Gansito en recreo de primaria.
Pero, desde hace unos años, nuestros lazos se han fortalecido. Entiendo que es un asunto del que nadie se salva.
Hace un par de noches, con el chipi-chipi desangrando el cielo, acá su chofer de Uber transitaba en los límites de Metepec y Toluca, (que se ha convertido en tierra de nadie, salvo de los baches). Justo en medio de la calle, y nutrido con aguas de casi todo tipo, estaba ahí, glorioso, soberbio, intimidante, profundo, oscuro, lúgubre, candoroso.
Mi llanta lo vio, lo analizó, platicó con el rin de cual sería la mejor manera de presentarse y… cayó.
Claro que ahí dejó su alma y espíritu, y los restos de su piel, que ya ni para huarache.
Lluvia intensa. Llanta desecha.
Bache deslumbrante y yo soltando tremendas palabrotas que hicieron que otros baches se achicaran ante mi perorata.
Aquí todos somos culpables.
Los lugares comunes para denostar a las autoridades salen sobrando.
Los últimos 10 años hemos hecho que los encargados del problema se escondan tras argumentos que implican a Tláloc y pasan por el Cruz Azul y sus dos cariñosos jugadores, hasta la forma real que debe tener un bache, y que ejemplificó de manera sublime el Día del Grito, don Enrique Peña, desde el Balcón Presidencial, con sus dos manitas.
A mi bache con cariño.
Debe de haber responsables directos de obras, calidad de éstas y desarrollo de las mismas.
Podrán llegar nuevas administraciones, personajes de la más alta prosapia popular, y a todos debemos pedirles cuentas, (algo que hemos olvidado como ciudadanos).
El bache podrá morir, pero nuestra exigencia no puede hacerlo.
Que se abran los baches, sí, y también los costos y gastos que hacen las autoridades, (que no se sabe si gastan para ponerlos o desaparecerlos).
Que mi llanta hable, y el rin llore.
Nos encontramos en @gfloresa7