Una de las fiestas religiosas más arraigadas que se celebran en Toluca es la de Corpus Christi, sin una fecha fija en el calendario civil, pues en el religioso tiene lugar el jueves siguiente al domingo de Pentecostés, es decir, a 60 días del Domingo de Resurrección.
En muchas poblaciones de México se acostumbra llevar a las niñas y niños pequeños a la iglesia, vestidos de inditos, las pequeñas con huipil y chincuete ceñido con una faja multicolor, además del cabello trenzado con listón; los varones, con camisa y calzón de manta, sombrero, y todos con pequeños huaraches. Muchos llevan un morralito terciado, o un guaje de los utilizados para llevar agua.
A las afueras de los templos se instalan en ese día los vendedores de la ropa, sombreros y accesorios necesarios, así como escenarios para conservar el momento en fotografías, los que representan viviendas rurales con cazuelas, metates, rebozos, chiquihuites, huacales, sarapes, sillitas de madera y tule, así como un caballo o mula de madera para montar en ellos a los niños. Todo con un paisaje campestre pintado como fondo.
Semanas antes, los artesanos elaboran las mulitas con hoja de maíz, palitos, hilo y tela, decoradas con diamantina, jarritos miniatura, lentejuelas, flores de papel de vivos colores y piezas de sopa de pasta pintadas que simulan la carga. La gran variedad en el ornato depende de la creatividad y los recursos con que cuentan quienes mantienen viva esta tradición.
El origen de esta fiesta religiosa se remonta a la Edad Media, cuando se propuso como una manera de reafirmar la fe católica y en especial la Eucaristía, por lo que se denominó Corpus Christi, que en latín significa el cuerpo de Cristo, o bien Corpus Domine, el cuerpo del Señor. Consiste en una misa solemne y procesión en la que el sacerdote lleva al Santísimo, o sea, la hostia en una custodia ricamente adornada, bajo un palio, para que los fieles puedan verla a lo largo del recorrido.
En México, en la etapa colonial los campesinos asistían a la celebración llevando ofrendas de alimentos, flores y animales, que transportaban en mulas. De allí la costumbre de vestir a los niños con ropas tradicionales del país y de elaborar las mulitas, que se acostumbra regalar a compañeros y amigos, además de llevarlas al hogar para simbolizar la presencia divina.
También existe una bella historia acerca de un hombre que dudaba de su vocación sacerdotal y que un Jueves de Corpus, al ver pasar la procesión, pensó que si realmente el Creador estuviera presente, hasta los animales se arrodillarían frente a él, cuando en efecto una mula que llevaba lo hizo, y así recibió una señal que fortaleció su fe. Sobre esta leyenda existen variaciones, según el lugar en el que se cuente, como ocurre con frecuencia en la cultura popular, pues se transmite de boca en boca.
Es por esto que todos los años en Toluca las familias acuden a sus parroquias y en la zona centro principalmente a la Catedral, con sus pequeños ataviados a la usanza indígena de la región, para participar en la festividad religiosa. Las madres y abuelas que llevan a los niños manifiestan que es una costumbre de las familias y una tradición que quieren seguir conservando, con el fin de que los jóvenes conozcan los elementos culturales de su lugar de origen y de este modo puedan preservarlos y a su vez enseñarlos a las siguientes generaciones.