Peluche en el estuche.
Quien se diga buen mexicano, y con los cinco sentidos puestos en el orgullo de haber nacido en esta tierra, haber comido “alegrías”, ponerle a casi todo limón – incluyendo al limón mismo- ; tomar agua de tamarindo, admirar los trajecitos de Jorge Campos en su tiempo en el arco y ponerle azúcar al mole, sabe que un 14 de febrero siempre debe estar engalanado por un peluche.
A mí me caen muy gordos los peluches. No hay, dice Germán Dehesa, color que le dé gracia, no hay forma que lo haga rescatable, no tiene ningún uso digno.
No conozco, ni aspiro a conocer, la historia de este material que tiene usos tan pueriles como una conejito con cara de pervertido, metido en un globo lleno de confeti, hasta una estola casi descrita por Chava Flores en alguna fiesta popular de Tepito.
Debo reconocer que durante mi primera juventud (14 o 15 años), al tratar de encontrar la justificación perfecta de la celebración del 14 de febrero, buena parte de mis ahorros los malgaste en figuras horrorosísima de ese material, para diversas damiselas a las que buscaba rescatar de las garras de la solitaria infancia.
Osos, perros, gatos, ranas con cara de líder magisterial y hasta un tigre que parecía recién salido de Zacango, engrosan el inventario de regalos de peluche que me atrevía a dar.
Yo no sé cómo no una de estas señoritas, no me soltó uno o varios mochilazos.
La cojera espiritual que me hacía regalar esos odiosos muñequitos se volvió, tiempo después, en un repulsivo actuar, sobre todo al ver en recámaras de primas y tías, cientos de artículos peluchezcos llenos de polvo, ácaros, baba de las habitantes del recinto, meados gatunos o líquidos eróticos de los peritos que agarraban a alguno de los Pitufos de peluche como muñeca inflable pero sin rasurar.
Las recámaras no eran el único sitio en donde el material hacía de las suyas.
En la casa de mi abue (Líder del Cártel de los Romeritos), un infame juego de baño de peluche adornaba ese inigualable lugar que lucía, tapete, cubierta para la caja de pañuelos desechables, carpetita para la tapa y funda para el excusado de peluche.
Llegar despavorido al baño y encontrar ese jueguito hacía que uno, de manera inmediata, pescara una infección urinaria con consecuencias desastrosas.
Ni hablar de tíos que manejaban taxis y ponían un su tablero, como fina carpeta virreinal, una franja ancha de peluche azul cielo “pa´ cubrir el tablero del sol”.
Odio el peluche. Si fueros los españoles, los franceses o los meshicas quienes inventaron este material repulsivo, me deslindo de ellos.
Ya me imagino a Moctezuma con su tapa rabos de oro y peluche para el frío.
Por eso, prohibido este 14 de febrero regalar peluches.
Lamento mi propuesta por todos aquellos trabajadores del material que viven en Xonacatlán o en la zona norte de Toluca.
Les pido, como los campesinos, reconvertir su siembra.
Un peluche en el estuche, y que ahí se quede.
Mejor regalemos “llegues”.
Nos encontramos en @gfloresa7.