Chava Flores, que es mi relator musical por excelencia, escribía: “Cuando vivía el infeliz, ya que se muera; ahora que está en el veliz qué bueno era”.
Eso pienso ahora que leo por casi toda la prensa las reseñas personales de Fidel Castro, luego de enterarnos de que el sábado pasado colgó sus botas militares, sus tenis Panam y puso sus barbas a remojar, y se extravió (¿más?), en el limbo revolucionario celestial. Chupó Faros, pues.
Hay voces, claro, que destacan su talante autoritario, dictatorial y mesiánico (¿A quién me recuerda, Tabasco querido?), y lo encuera de barbas presente, como uno de los cánceres mundiales del siglo pasado y de éste.
Pero hay otro grupo que glorifica su paso por este valle de lágrimas, y lamenta que su figura se pierda en un mundo de pocos ideales.
Yo, como Luisito “Freud” Miranda, solicito un curso patrulla de sicología de masas, pues no deja de asombrarme la capacidad de nosotros para, siempre que alguien ya no paga impuestos en este mundo, encontrarle los mayores atributos.
Mi tío el “Chore” – comprenderán la herencia que de él recibí, no en el apodo sino en las orejas- era francamente jodón.
A mi tía la “Corcholata”, se la zarandeaba un día sí y otro también. Porque estaba nublado; porque ya salía el sol; porque el América ganaba pero por menos de un gol o porque el PRI designaba candidato a Zedillín que “ni era del partido y su señora se acababa las botellas de perfumes pero a tragos”. Por todo, a esta subespecie animal, se le hacía bueno para cachetear a su señora.
El trabajo no era lo suyo y por eso decidió inaugurar en su vida, la prospera propuesta de vivir de a prestado. Con nadie nunca cumplió sus pagos.
No sé si Salinas y Rocha aún exista, pero a mi tía le siguen llamando para cobrarle una sanduichera chafísima que hacía del producto una especie de wafle de huitlacoche quemado, y que mi tío sacó a cómodas anualidades (20), y nunca pagó.
Ya frío, en su caja, mi tío tuvo cordial despedida. El concurrido velorio tuvo de todo. Tres tías chillonas a las que les quedó a deber; tres compadres que se pusieron a brindar junto a su caja, y que unas 10 veces vaciaron sus copas sobre el muertito, para refrescarle la huida.
Todos mis primos en pleno juego de “quemados”, que un par de veces estuvieron a punto de tirar la caja, pues la tomaron como la base con bomberos, para que ésta no se quemara.
Mi tía no dejaba de pedir al “Altísimo”, clemencia a su dolor, pues se había quedado sin la piedrita de su zapato.
En todo el velorio, y casi todo el tiempo, se reportaron las hazañas y virtudes de mi tío, y la imperiosa obligación de seguir su ejemplo.
Por dentro, todos sabíamos lo sátrapa, transa, embustero y cobardón que era, pero nadie dijo nada de eso.
Siempre le vemos hartos atributos a los muertos como si por sólo ese trance, su paso por la vida hubiera justificado su tranquilo rostro de difunto.
Lo mismo, veo, comenzó a ocurrir, en algunos lados, con la muerte de Castro.
“Hombre de ideales; luchador incansable; congruente. De una sola pieza; líder de sentimientos y emociones; ejemplo de valor frente a los poderosos. Pueblo. Amigo. Libertador” y más calificativos, describen a Fidel, y le dan una despedida heroica y esperanzadora.
Ahora resulta.
Yo espero que a donde llegue, Fidel se encuentre a mi tío “El Chore”, y se hagan socios el uno del otro. Padezcan su amistad y sufran sus consecuencias. Que tomen chocolate y paguen lo que deben.
Por lo demás, acá diremos en coro : Que a los dos, Dios los tenga en su santa Gloria (Chagoyán).
Nos encontramos en @gfloresa7.