He comenzado una tarea que, espero, no me deje en calidad de Alfonso Durazo ( tan grandote y tan mentiroso), y llegue a buen puerto que tiene como fin conocer y reconocer a la ciudadanía como una variante con extensos colores de amor.
Ñartañán, que ahora se ha transformado en un moconote arácnido, y asegura que de sus muñecas salen telarañas – lo más que ha descubierto su amorosa madre es sacarle tremendas velas de la nariz, sin que se inmute el enano- es mi primera víctima sobre la paciente y cotidiana actividad de ser ciudadano.
Primero se me queda viendo largo rato. Cambia dos veces su peso de pie, y suelta “¿Para qué quiero ser ciudadano si soy el Hombre Araña?”
La pregunta retiembla en mis centros la tierra y, más o menos, con palabras digeribles le explico:
Mira, hijo de Noroña, eso de ser ciudadanos o más bien de dejar de ser ciudadanos ha sido un descuido permanente, peligroso y doliente de nuestra sociedad. En ningún lado nos enseñan a ser ciudadanos, y por eso nos va como nos va. No se limita, mi querido discípulo, a votar cuando hay elecciones o a acudir al estadio a tomar chelas y decir que somos patriotas por apoyar al Chicharito. Asumir la ciudadanía es una módica y cotidiana forma del amor. El ejercicio de la ciudadanía requiere de la compasión, la fraternidad, de la alegría desbordada y de la mejor inteligencia, decía el maestro Dehesa. Ser ciudadano es ser útil. Es ser nosotros y despojarnos del egoísmo. Es compartir con el otro, el de alado, los apasionantes retos de la vida, sin dejar de reconocernos, cuidarnos y procurarnos.
Para este momento de mi mañanera, Ñartañán ha comenzado a luchar secretamente contra los malvados que quieren invadir el Senado y votar todas las iniciativas de Morena. Comienza a derribar los argumentos de los malos diciendo que el bien triunfará. Comienza a dar vueltas por el suelo y a lanzar telarañas para detener a los malosos.
Ahí me doy cuenta que el empieza a ser ciudadano; a pelear sus batallas para defender a los suyos, para amarlos. Yo guardo respetuoso silencio y le ayudo en su combate. Nuestra íntima lucha por hacer que el bien se pose en nuestras vidas, es también, una forma amorosa de ser ciudadanos.