Nada comienza a causarme tanto desasosiego como ver un mensaje de WhatApp que, previamente escrito y, supongo, razonado por mi interlocutor en turno, es borrado casi de manera inmediata.
¿Qué carajos quiso decir y no se atrevió? ¿Por qué se arrepintió? ¿Era una declaración de guerra o de paz?¿Quería pedir prestado o me iba a prestar una lana?
En el mundo en el que nadie quiere corregir, gracias a las mañaneras en donde todo está supuestamente controlado, no hay retrocesos, ni yerros; nadie se arrepiente y todo está fríamente calculado, que un mensaje se escriba y deje huella de que lo que ahí se plasmó ya no se debe saber, me llena de incertidumbre y pesar.
En un correo electrónico, se pueden borrar cientos de veces las frases que compongan el texto hasta que éste quede como el que escribe quiere que salga. En una carta, decenas de hojas pueden quedar dentro y fuera del bote de basura antes de que la «buena» esté lista, pero en un mensaje celular, el calambre de ver que algo se escribió y luego se borró es peligrosamente abrumador.
Nada tan inquietante como ver esa frase «Este mensaje fue eliminado». Los nervios se enroscan, y la mente vuela para saber qué pudo haber provocado el digital arrepentimiento.
Por tanto, a todos aquellos que me escriben por esa vía, confirmen sus frases, sus dichos y pensamientos, y eviten eliminar los mensajes. Tenga piedad de mi mente y mis emociones, antes de que, en un acto de venganza, yo elimine esta columna.