Regina, que se ha convertido en una maquinaria de sonrisas y música, cumplió un año.
Cuando recién se inauguró en este meshica país, debo de confesar que no le encontraba una forma definida. Hoy sé que es la forma de mi íntima felicidad, que ya tiene diversas manifestaciones.
Pues a Regina le ha tocado festejar su primer año como contribuyente del SAT en intercampañas, que es una petulante etapa de madrazos electorales disimulando los mulazos.
He tratado de escribir sobre el momento en que festeja la mini Margarita Zavala, para en unos años explicarle el revoltijo que se mezcla en el país.
No encuentro una narrativa más o menos atractiva que pueda desencadenar su amor hacia esta patria que tiene a la bandera de cabeza, y a sus habitantes en igualitaria condición.
Cómo le explico que tres tristes tigres se andan rasguñando en busca de administrar por seis años – en el mejor de los casos- mi adolorido país.
Que hay un cuate al que le dicen El Bronco, pero le pega su vieja.
Que la esposa de un expresidente quiere el hueso que dejó su marido, para demostrar que la que siempre llevó los pantalones en la casa fue ella.
Menuda narración me espera para cuando quiera explicarle que en su primer año, el pastel de cumple era una masa deforme con los colores de Blanca Nieves, y estuvimos a punto de invitar a Lagrimita y Elba Esther para el show infantil.
Por lo pronto, aquíí manifiesto mi gozo por este año de aprendizaje permanente, y la educación que la cachorrita me ha brindado.
Larga vida, Ina; tan larga como la esperanza de tu llegada y el amor que te profeso.