Llegó don Alfredo. Con trabajos, sudando, de panzazo.
5.9 que subió a seis.
Él y su grupo la vieron fea.
La maestra los estaba reprobando.
Exhibió que el alumno, la escuela y el recreo ya no daban para más.
Pese a que la profesora hizo varios exámenes sorpresa de cinco preguntas, Alfredo – con todo y acordeón- solito no alcanzaba la calificación. Tuvo que aplicar la escala, la participación en clase y los trabajos en casa, para pasar el año, recibir su certificado y llegar.
Don Alfredo encuentra un estado encuerado, lleno de baches en las calles y en la sociedad. Inseguro; letal con las mujeres. Pobre; saqueado y doliente.
Al salir del salón asegura que lo va a cambiar.
No más corrupción. No más impunidad.
Nadie parece recibir el mensaje, la amenaza.
Quizá porque saben que sólo es un discurso. Quizá porque piensan que son las palabras normales que deben de salir del recién graduado, y que se las llevará el viento.
Ah viento tan malagradecido, tan gélido, tan contaminado.
¿Y ahora qué va a hacer Del Mazo? Me pregunta Pato (mi sonrisa permanente) que secretamente ha comenzado a dejarse crecer el bigote para celebrar la Revolución.
La respuesta tendría que darla él, y ya, antes de que su equipo le siga haciendo atole la entrada, como ocurrió el 16 de septiembre cuando no permitió el acceso a la prensa a cubrir al desfile, quizá por miedo a que vieran a dos o tres secretarios en calidad de torundas -pedacitos de algodón atascados de alcohol- luego de la merecida celebración particular que tuvieron, no por la noche mexicana, sino por el hueso que se acaban de echar a la bolsa.
De entrada, le digo a la mini Canelo, deberá cortarse el cabello, echarse más Angel Face para no charolear tanto, y dejar de hablar como político priista.
«Ya estuvo, pa», me revira la frutita de mi vientre.
Empecemos, pues, por reconciliar el buen uso de la palabra con la gente. Investigar lo que se llevaron los que antes estuvieron; desterrar la impunidad y el proteccionismo partidista que tanto daño nos han hecho. Sanear la casa y emprender la limpieza.
A limpiar el tiradero del Grito. Quizá por ahí podría empezar.
Yo le doy el beneficio de la duda.
Pato se me queda viendo. Me toma la temperatura y ya en su papel de Ricardo Monreal, me dice que se despide del encuentro. Que le llega.
No la convencí. No soy yo quien deba convencerla.
En su turno, don Alfredo.
Lo escuchamos.
Nos encontramos en @gfloresa7