La sentencia fue directa:
“Me gusta Maluma”.
La lideresa Texcocana (la actual administración), sin pudor alguno me soltó la frase.
Yo, medio torpe, alcance a decir que no conocía el restaurante pero cualquier día hacíamos un minicierre de campaña familiar para ver qué tal estaba la sopa de coditos con crema. Ingenuo, torpe.
Tres días después de la demoledora frase, prendo la tele, me siento con unas papas con salsa Botanera, y me dispongo a ver el partido del Toluca. Antes, un programa chafísima aparece. Unos chavitos que amenazan con ser los AMLOS del futuro se echan unos gritos horripilantes, mientras unos artistas – que hacen las veces de jueces del programa- deciden (ellos y sus deditos), si los chamacos pasan a una segunda ronda del concurso “Juguemos a Cantar” pero moderno, sin Lucerito y el intragable Juanito Farías, que terminó de arbitro en Las Torres ( por llorón).
Uno de los jueces, oh sorpresa, es Maluma. Un ¨regetonero¨con problemas de alopecia y tatuado hasta las pestañas.
Y yo pensando que se trataba de un restaurante de comida urbana en una fusión de sabores orientales y norteños.
Maluma resultó ser el fulanito que encanta a la lideresa (administración en riesgo), y que hace los deleites de sus aspiraciones artísticas.
No sé qué canta este jovencito que parece líder de la Mara Salvatrucha, ni qué tan buena voz tenga.
Me imagino que un falsete de Jorge Negrete no lo aguanta.
A quién se le ocurre llamarse así, habiendo nombres tan bonitos: Alfredín, Josefinita, Delfis, Juanirín o Tery- yaky.
Comienzo hoy una cruzada contra los nombres artísticos de restaurante de político con hueso, y los cantantes tatuados que inquietan a las mujeres meshicas.
Que viva Napoleón, Rigo y Chiquitete.
Nos encontramos en @gfloresa7