«No hagas cosas malas que se pongan peores”, decía mi abuelo.
Acá su Canelo mexiquense lo hizo.
La escena es una fiesta infantil que amenazaba con presentar un espectáculo ferozmente infame lleno de moconetes semibañados y el nuevo invitado de las fiestas meshicas: el infaltable – casi como canción de “Caballo Dorado” en boda- inflable, para “que los angelitos nos dejen platicar”, dicen las mamacitas al contratar la masa de plástico y aire.
¿Quién carambas inventó los inflables? Son profundamente antigiénicos, olorosos, peligrosos; raspan, queman, ensucian; provocan caídas, moretones, fracturas, luxaciones y un olor espantoso en toda la pachanga, de por sí aromatizada por una sopa seca de coditos a punto de ser jocoque.
Todas las frutitas de mi vientre han vivido sus peores pesadillas infantiles en un inflable. No importa si es de Blanca Nieves o Las Tortugas Ninja. Los fregadazos siempre se presentan, pues nunca falta el escuincle gandalla al que se lo chanclean cada que se sube a la cama de su abuelita a brincar, y aprovecha el artefacto de la fiesta para lucirse y coronarse como el próximo clavadista de La Quebrada, sólo que debajo de él no habrá mar, sino una bola de minidiputados intentando sobrevivir el Romel Pacheco desnutrido.
La fiesta en cuestión tenía dos inflables. Uno para los niños. “Sólo hombrecitos aquí¨, decía la anfitriona, y otro para las niñas. Éste último era como la cámara de diputados en un enfrentamiento entra Layda Sansores y Fernández Noroña.
Ñartañán, el penúltimo de la tribu, quiso entrarle a los mandarinazos en el artefacto masculino.
Ahí un mini César Camacho ( también con su relojito del Capitán América, y su peinadito dejando en la parte de atrás más crecida la caída del cabello), dominaba de una manera harto violenta, el bienestar de los chavitos.
La mayoría, atemorizada, veía a Camachín hacer de las suyas: brincar, escupir, soltar patadas filomenas, azotar a algunos invitados y retar a los adultos que lo invitaban a que le bajara de pistolas a su delincuencial actitud.
A todo nos retó, nos hizo caracolitos y nos ignoró.
Tres veces estuvo a punto de dejar a Ñartañán en calidad de JC Chávez junior.
Manos salvadoras lo evitaron
El Chapito seguía sus andanzas de delincuente organizado, hasta que llamaron a romper la piñata y, claro, fue el primero en agarrar el palo y antes de que comenzara el canto de los palazos, éste ya se había sonado a la princesa Sofía que lucía la cara completamente desfigurada y un Duvalín le escurría por la boca, semejando un chorro de sangre Fresa- Vainilla, mientras de su vientre brotaban, cual entrañas humanas, paletas payaso, gomitas de oso y pulpas de tamarindo y chamoy.
En ese momento aproveché para esconderle los olorosos tenis al mata piñatas, y hacerlo sufrir.
Oh dolor. Pasaron cuatro horas y no encontraban (mos) los tenis del morrito. Yo fui al escondite donde los había puesto y, oh sorpresa, ya no estaban. Alguien más quiso vengarse del Duartito, y también los escondió.
La fiesta terminó, y es la hora en la que nadie sabe, nadie supo, dónde quedaron los huaraches del moconete.
No sé si confesar que, en una primera acción, yo los pepené.
Mi conciencia habla. Mi mente ignora. Mi corazón late.
Que se friegue el Duartito. Ya aparecerán.
Nos encontramos en @gfloresa7.