Dentro de todo calendario existen días particularmente sacros. Estos suelen indicar fechas que, trascendiendo los siglos, han auspiciado rituales. Y aquí tenemos dos sustentos para convencernos de que en verdad se trata de días “especiales”: por un lado, asumir que hubieron razones puntuales para asociar precisamente ese día con un ritual importante y, por otro, por el simple hecho de que durante siglos estas fechas se han nutrido ceremonialmente.
En el calendario mexicano, cuando pensamos en fechas sagradas, vienen a la mente el 12 de diciembre, día de “la patroncita”, cuando se celebra a la Virgen de Guadalupe; también el 28 de octubre, día en que se festeja al santo más popular del país, San Judas Tadeo. Y en esta línea también tendríamos que incluir, sin duda, el 3 de mayo, Día de la Santa Cruz.
Invitar a la lluvia
La sacralidad de este día nos remite a tiempos prehispánicos y está relacionado con uno de los aspectos más importantes de la vida de México, el ciclo de siembra. Durante los primeros días de mayo, nuestros antepasados dedicaban rezos y rituales a Tláloc. El fin era conjurar la generosidad meteorológica de esta deidad de la lluvia, para que la temporada de siembra gozara de buenas aguas –factor decisivo en el éxito de la cosecha.
Justo por estos días se inaugura el ciclo agrícola en el país. Si bien esto depende del clima de cada región –en algunas zonas se siembra desde abril y en otras hasta junio–, principios de mayo es un buen momento para fijar, en promedio, el inicio de la temporada de siembra.
Hasta la fecha se siguen celebrando ceremonias para invocar las lluvias, solo que ahora se le pide el favor a Jesucristo. El caso de los tiemperos o graniceros, los “magos del clima”, es especialmente fascinante; ya sea en sus propios pueblos, ubicados alrededor de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, o en adoratorios ubicados ya en el interior de estos, por ejemplo cuevas, cascadas o diversos puntos sagrados.
Antecedente católico
Como ocurrió con muchas otras festividades prehispánicas, con la llegada de los españoles y en su afán evangelizador, se buscó empatar estas fiestas con una contraparte católica para así redirigir la devoción original.
A finales del siglo tercero, la emperatriz Elena se abocó a hallar la cruz en la que Cristo murió. Como parte de sus pesquisas mandó demoler un templo dedicado a los viejos dioses paganos de los romanos, y bajo los escombros hallaron las tres cruces. Para descifrar cuál era la que había sostenido a Jesús, llevaron a un moribundo y lo hicieron tocar cada cruz; en cuanto tocó una de estas recuperó instantáneamente su energía vital. Por este hallazgo la mujer fue canonizada, y hasta la fecha se le venera como Santa Elena de la Cruz.
Posteriormente, y tras la muerte de su padre, el hijo de Elena, Constantino, sería proclamado emperador. Mientras este se dirigía a luchar con su contrincante Majencio, con quien se disputaba el dominio del Imperio Romano, y la decisión del credo que se habría de adoptar oficialmente, Constantino y su ejército recibieron una señal divina: se delineó el símbolo que arroparía su victoria ante un ejército mucho más poderoso, una cruz inscrita en el cielo. La causa de la cruz triunfaría y los cristianos no solo dejaron de ser perseguidos, sino que eventualmente se convertirían, aprovechando su nueva posición, en los perseguidores de los viejos cultos paganos.
En diferentes lugares de México se llevan a cabo ritos conmemorando la cruz santa que sostuvo a Jesucristo. Un ejemplo de estas fiestas es la acarreada –desde Santa Cruz Xochitepec, en Xochimilco, hasta el “cerro de las flores”–, de una monumental cruz de encino.
El Día del Albañil
Los encargados de demoler el templo romano y desvelar la reliquia, la cruz, fueron precisamente trabajadores de la construcción. De ahí que este gremio se asociara desde entonces a este día –aunque al parecer esta relación, al menos en el caso de México, se enfatizó ya en el siglo XX. Así, el Día de la Santa Cruz terminaría también conmemorando a los practicantes de este milenario oficio.
Ese día se coloca una cruz en la obra –generalmente en el punto más alto y hecha con material de trabajo–, y se adorna con flores y una veladora. Después de trabajar medio día, el patrón los convida con una buena comida y se tiran cohetes. En ocasiones incluso se lleva una banda de música y se invita a familiares de los trabajadores para que celebren con ellos su día. El fin de este rito es, además de celebrar su oficio, pedir por que la obra sea conducida a buen final.
Y para dimensionar la relevancia de esta fecha en un plano popular, según datos del INEGI (2014) en México hay casi 2.5 millones de albañiles.
Fecha sacra
Como pudimos comprobar en líneas anteriores, esta fecha hace confluir una tradición ritual que se celebraba desde la época prehispánica, con una importante festividad de la religión católica –lo cual le aseguró una importante continuidad–. Por otro lado, la celebración inaugura un ciclo fundamental en la identidad cultural y ritual del país, así como su la subsistencia alimentaria y su desarrollo económico.
Pero la importancia y vigencia de este día no solo se deben a conjugarse en ambas tradiciones, y a vincularse a la temporada de siembra. Además, es el día en que uno de los gremios más importantes, en muchos sentidos, celebra su existencia. El de constructor, ha sido uno de los oficios más valorados y respetados a lo largo de la historia humana –y aunque a muchos sorprenda, también uno de los más místicos–.
Así que, desde cualquiera de las perspectivas posibles que lo abordes, el 3 de mayo es una fecha que, como mexicanos, haríamos bien en celebrar.
Fuente: http://masdemx.com