Donald Trump está tratando de gobernar por impulsos, por caprichos, por recompensa personal, por beneficios, por decretos… como si hubiera sido elegido dictador. Pero resulta que no funciona y que la máquina ya está descarrilando sólo UNA SEMANA después.
El impeachment (o juicio político) está ganando terreno porque es la única forma de destituirlo, porque los republicanos ya están abandonando en masa a este presidente y porque el hombre es psiquiátricamente incapaz de comprobar si algo es legal antes de hacerlo.
La destitución avanza porque resulta terriblemente evidente que Trump no es apto para la presidencia. Los adultos que rodean a Trump, hasta los que le sirven con una lealtad que roza la esclavitud, se pasan la mitad de su tiempo tratando de frenarlo, pero es imposible.
Se pasan la otra mitad del tiempo respondiendo a llamadas frenéticas de líderes republicanos, élites empresariales y dirigentes extranjeros. ¿Que Trump ha hecho qué? El pobre Reince Priebus, su jefe de Gabinete, ya ha llegado a la cima del poder y no va a ser divertido.
Una cosa es vivir en tu propia realidad cuando eres candidato y sólo son palabras. Puedes engañar a las suficientes personas durante el tiempo suficiente como para ser elegido. Pero cuando intentas gobernar de esa manera, la realidad es la realidad, y esta te llama al orden.
Una por una, Trump ha decretado órdenes impulsivas que no han sido revisadas por juristas, ni por expertos gubernamentales ni responsables políticos, y ni mucho menos han sido objeto de una planificación meditada. Casi de forma inmediata se ve obligado a dar marcha atrás por una combinación de presión política y legal. Y por la realidad.
A diferencia de las dictaduras que Trump admira, la compleja red de medidas constitucionales legales y políticas contra la tiranía todavía funciona en Estados Unidos (a veces le cuesta, pero funciona). Y cuanto más imprudente es el comportamiento de Trump, más se refuerzan estas medidas.
Sólo con su esfuerzo lunático de prohibir la entrada de refugiados de forma selectiva (pero no precisamente procedentes de países que envían a terroristas, como Arabia Saudí y Egipto, donde Trump tiene intereses comerciales), el presidente ya ha descubierto que el sistema estadunidense tiene tribunales. Tiene tribunales. Imagínatelo.
Cuanto más trastornado se vuelva, menos jueces conservadores harán la pelota a las políticas republicanas (como hasta ahora solían hacer). ¿De verdad alguien piensa que el Tribunal Supremo va a ser la puta de Trump?
La semana pasada, algunos republicanos se pelearon por ver quién era el primero en rechazar la visión de Trump sobre Putin y se apresuraron a negar sus declaraciones sobre un supuesto fraude electoral.
No saben cómo hacer para matar el ObamaCare sin matar a pacientes y sin acabar con las esperanzas de reelección. Lo cierto es que resulta complicado y los matices no son el punto fuerte de Trump. El congresista republicano Tom McClintock puso de manifiesto lo que muchos pensamos: «Mejor asegurarnos de que estamos preparados para vivir con el mercado que hemos creado. Esto va a llamarse Trumpcare. Los republicanos lo poseerán en su totalidad y seremos juzgados en las elecciones en menos de dos años».
Por su parte, el senador republicano Lindsey Graham se burló de los hábitos tuiteros del propio Trump con un mensaje en la red social en el que calificaba la guerra comercial con México como «mucho sad».
«En pocas palabras: cualquier propuesta que suba los precios de la Corona, el tequila o los margaritas es una muy mala idea. Mucho triste».
Incluso el personal de Trump tuvo que pararle los pies con su absurda cruzada contra México y los mexicanos, en la que un día Trump obliga al presidente mexicano a cancelar una visita oficial y al día siguiente se pasa una hora al teléfono con él comiéndole la oreja.
Trump propuso volver a instaurar la tortura, pero los principales líderes republicanos se cargaron esa idea. El senador John Thune afirmó este miércoles que la prohibición de la tortura era una ley establecida y que los republicanos en el Congreso se opondrían a restaurarla. El propio secretario de Defensa de Trump opina lo mismo. Después de proclamar por todo lo alto su nueva política de tortura, Trump cedió dócilmente a que esas medidas pasen antes por sus asesores de defensa.
Y todo esto ¡en solo una semana! Ya hasta los jueces federales han empezado a frenarle.
Hace dos semanas, basándome solo en lo que vivimos durante la transición, escribí un artículo en el que proponía la constitución de una comisión de impeachment, como un comité paralelo que elabore un dosier para la destitución de Trump, además de una campaña ciudadana para crear un movimiento público de impeachment.
Fuente: excelsior.com.mx