La gran actriz francesa Michèle Morgan, emblema del cine francés rodado en el ecuador del siglo pasado, falleció este martes a los 96 años. “Los ojos más bellos del cine se cierran definitivamente”, confirmó su familia en un comunicado. Su legendaria mirada era su principal rasgo distintivo desde que saltó a la fama, a los 18 años, gracias a El muelle de las brumas (1938), a las órdenes del cineasta Marcel Carné. Vestida de Coco Chanel, Morgan protagonizó junto al actor Jean Gabin, un mito de su tiempo, una de las escenas más recordadas del cine francés de todos los tiempos, en la que él elogiaba sus despampanantes ojos mientras ella le ordenaba: “Embrasse-moi” (“Bésame”). La pareja, que también lo fue brevemente en la vida real, se convirtió en uno de los hitos del cine de su tiempo.
Su verdadero nombre era Simone Roussel, que se cambió porque consideraba que no tenía “cara de llamarse Simone”. Nació en 1920 en Neuilly-sur-Seine, privilegiado suburbio adosado a París, antes de mudarse a la ciudad portuaria de Dieppe, en el norte industrial de Francia. A los 14 años, se fugó a París para conseguir un papel de figurante en Mademoiselle Mozart (1936), protagonizada por la que se convertiría en su gran rival, Danielle Darrieux, desde ahora última superviviente de aquella lejana era dorada del cine francés (en 2017 cumplirá 100 años). Tras su revelación junto a Carné, ganó un premio de interpretación en Cannes por La sinfonía pastoral (1946), adaptación de una novela de André Gide.
Morgan no siempre tuvo el olfato necesario ni supo renovar su carrera. Rechazó protagonizar Senso de Luchino Visconti y La noche de Michelangelo Antonioni. “Me pareció demasiado osada, fui una idiota”, reconoció una vez. Fue la primera opción para Casablanca, pero cuentan que Ingrid Bergman la sustituyó al aceptar cobrar la mitad que ella. Se tuvo que conformar con aparecer en su secuela, la menos gloriosa Pasaje a Marsella (1944). Más tarde, rodó también frescos históricos como Napoleón (1954), de Sacha Guitry, donde interpretó a Josefina de Beauharnais; o María Antonieta, reina de Francia (1955), donde interpretó el papel protagonista.
Considerada la Greta Garbo francesa, de rictus melancólico y ademán trágico —“la tristeza es lo mío”, solía decir—, Morgan encarnó “una versión sublimada y elegante de la francesa media”, según el semanario Télérama, a veces también algo burguesa y altanera. Cuando irrumpió la iconoclastia de la Nouvelle Vague, Morgan perdió definitivamente su lugar: encarnaba a la perfección ese cine de qualité al que tanto se opusieron Truffaut y Godard. A partir de los sesenta, se apartó progresivamente del cine para dedicarse a su segunda pasión: la pintura. Solo abandonó ese retiro voluntario para rodar con René Clair, Michel Deville o Claude Lelouch, que la supieron observar desde una perspectiva más madura y humana. Al final de su trayectoria como actriz, Morgan recibió un César de Honor en 1992 y un León de Oro por toda su carrera en 1996.
Fuente: elpais.com