Crecí escuchando la música de Enrique Guzmán, Manolo Muñoz, Los Beatles y Los Hermanos Castro. Esto, por supuesto, no es un acervo musical, hoy en día, para presumir. «Nibodo» manito.
Mi papá fue rocancolero y tenía mano en la elección musical de la casa.
Quizá por esa influencia, ayer me aventé a ser maestro honorario de ceremonia de un concierto de rock de los sesentas, con puro chavo de aquella época, y que hoy, ya entraditos en años, caminan más despacio que Ana Gabriela Guevara después de ir un domingo a La Marquesa.
Los Intocables, 2+3, Zodiac, Ticks, Traumas y Kings, grupos musicales de esos años en Toluca, se juntaron, se pusieron de acuerdo; coincidieron en que tenían, aún, más vitalidad que don Fidel Velázquez en conferencia navideña de 1982, y se aventaron a cantar.
El resultado: ganancias para farmacias y médicos geriátricos pero también recuerdos, memorias de aquellos años de los Cafés Cantantes.
Algunos se me pusieron lacios en pleno show pero aguantaron vara.
En el programa estaba invitado mi papá.
Cantó tres canciones con harto sentimiento. A las tres les cambió la letra y terminó en calidad de Conque Muñiz con el himno pero con todo el corazón.
Es mi ídolo y soy su fan número uno.
Ensayó un mes día y noche y se notó.
Su voz es en mi, guía permanente de amor.
La gente les aplaudió, los vitoreó y pidió que ya no se arriesguen tanto y se tranquilicen.
Andan – en la tercera edad- desatados.
Yo me lleno de su alegría, su emoción y sus ganas de seguir viviendo.
A todos, mi aprecio y mi sorprendido agradecimiento.
Que viva el rock and roll.
Nos encontramos en @gfloresa7