¿DÓNDE ANDAS?
Este septiembre se cumple un año más de la muerte de Germán Dehesa.
La noticia de su partida me dejó, en aquel entonces, como don Manuelito el Gelatinas Velasco, entregando el lábaro patrio y sin resistol entre los zapatos y los calcetines. Por cierto, se dice que después de la ceremonia en donde casi le arrancan tres dedos al gober de Chiapas, su señora (la mini gaviota), le puso tremenda regañada por zurrar los calzones del susto.
Perdón amable lectora- lector queridos, por la desviada.
Decía que la muerte de don Germán me movió el suelo de fea manera.
Lo conocí en un espectáculo lleno de inteligencia, en el que era su lugar preferido: La Planta de Luz. Un barecito en Loreto al que, 20 minutos antes de su presentación, llegaba serpenteando las mesas y a sus comensales, y saludándolos de mano y agradeciendo su presencia.
El recorrido duraba unos 15 minutos, los suficientes para, inmediatamente después, cambiarse en un pequeño camerino y comenzar sus reflexiones.
Yo ya era su lector 10 años atrás, y su seguidor literario de primerísima fila.
En el bar, Don Germán cataba, recitaba, contaba chistes y con melancólica esperanza suplicaba que nadie saliera del lugar sin haber cambiado un poquito para, en esa íntima manera, cambiar también al país.
Yo iba acompañado de la Dama de Hierro ( que sigue formando miradas desde su vientre), y que me animaba a que, al terminar el espectáculo, me tomara una foto con el señor Dehesa, lo abrazara y le dijera las formas tan simples en las que siempre me encontraba en sus columnas, en su programa de radio, en sus libros y en sus conferencias.
Así lo hice. Terminado el show, esperamos unos 40 minutos, acompañados de dos meseros que nos veían como Peña a su ñora en el Grito, y nos zapateaban el tableado con desesperante rudeza.
El maestro salió. Con voz baja pero amorosa nos saludo; nos obsequió varias fotos. Preguntó nuestro oficio y beneficio en la vida y le agradeció a ésta la posibilidad de encontrarnos.
Acto seguido avanzó a la caja del restaurante, cruzó palabra con todos los meseros y cocineras que los esperaban, se tapó la calva, nos regaló una mirada de agradecimiento y complicidad, y se fue.
“Que noche tan venturosa. Es en ésta donde debo considerar cómo detallarán los sabios sus relatos”, decía el Quijote, antes de ser nombrado Caballero de la Triste Figura.
Así andaba yo: loco, loco, loco aunque infinitamente menos sabio.
Desde ese momento mi cariño, respeto y admiración se incrementaron cual dólar, hacia Germán Dehesa.
Algunos años después, en su sillón, fumando, nos hizo la grosería y voló.
Se fue con dudas sobre la capacidad de Peña para ser un líder; con su “Qué tal durmió” –pregunta que le hacía a Montiel- sobre su fortuna, la de sus hijos, y la opaca vida financiera del exgobernador.
Se fue de puntitas para no alebrestar a la muerte que, decía, la dejaría hasta el último.
Nos dejó su ozono, ozono en las alturas, además de su incansable y permanente necedad de ser feliz.
Esta columna que escribo todos los lunes, es un diálogo permanente con Dehesa, con ustedes y con la felicidad y la vida.
Ojalá y al final nos encontremos todos, completos, con cuentas pagadas en la alegría o en la tristeza y podamos dejar de caminar de puntitas en un país al que le urgen pasos firmes.
Ojalá, maestro, se haga cierta la esperanza de que, si no alcanzamos la gloria, al menos tengamos, todos, una glorieta.
Nos encontramos en @gfloresa7