Por motivos ajenos a la Reforma Educativa, el gasolinazo y la prematura muerte de don Juanga, acá su escribidor tuvo que salir de la ciudad.
El periplo estuvo amenizado por mi antorcha campesina familiar, compuesta por la dama de hierro (hoy en plena reorganización maternal), Ñartañán y su sonrisa de nubes, y la líder del Cártel del Romerito (mi abue).
Iniciada la marcha- manifestación, llegamos al aeropuerto de Toluca, que siempre tiene menos gente que el Mausoleo que está por el Monumento a La Bandera cuando no tiene cliente que enviar al más allá.
Justo en ese momento, inicié una serie de llamadas y mensajes a mis contactos de alto, medio y paupérrimo nivel, para encargarles el país. Las indicaciones, creo yo, eran bastante claras: no le abran a nadie; cuiden por favor a Videgaray para que deje de estar jugando con nuestros sentimientos y nuestra lana. Denle su chocolatito a López Obrador. No olviden rasurarle la calva a don Isidro Pastor. Mantengan alejado de la tentación de ya sentirse el macizo a Feyo del Mazo y cuídenle las manos a unos alcaldes que andan, dicen, muy rateritos.
A todas mis indicaciones, dijeron que sí.
Llegando a mi destino, y después de un viaje en un avión apestosísimo, y tres escuincles que tenían la intención de secuestrar el vuelo a base de puro berrinchazo, me entero que se nos murió Juanga.
Luego de, como Cleto, cerrar sus ojitos, don Alberto fue llevado a una sospechosa funeraria- rosticería, en donde lo dejaron en calidad de ceniza del Popo.
Ya se preparan homenajes de polvo presente en varios puntos del país, incluyendo el estado de México, donde amenazan con ponerle a varias calles, auditorios, salones de belleza y estéticas unisex su nombre.
Apenas recuperado del trance, y en plena formación docente impartida a Ñartañán, recibo una llamada en la que me avisan que sin previo aviso le hemos invitado un “Lonchi- Bon” con Frutsi incluido, en Los Pinos, a Donald Trump.
Mi primera reacción fue sobre el desayuno. Por qué no invitarle, mejor, una birria bien caliente con chile chiltepín y un curado de mamey para que se le quite la cara de muñeca recién lavada.
Me conformé con pensar que, ya en suelo «meshica», le tupiéramos por haber estado discurseando durante más de un año, a costa de nosotros.
Me imaginé a todos los perredistas del país, encabezados por Fernández Noroña, reunidos con las flotas del Mosh, los encuerados de los 400 pueblos, Nicolás Alvarado vestido de China Poblana, tres tamaleros de los Portales y Fermín Carreño gritándoles de todo al güero, y mandándole, antes de que aterrizara el helicóptero, cualquier cantidad de violines, caracolitos, cremas y demás ademanes mexicanos, como parte de nuestro repudio a su horripilante peluquín y su primitiva forma de pensar sobre los mexicanos.
Nada de eso sucedió. Don Enrique lo recibió cayado y ausente, y sufriendo en silencio como tanta gente.
Vino, nos regañó, nos dijo que preparáramos a todos nuestros albañiles y sus “macuas”, para levantar el muro que será hecho con tabiques de las tabiqueras de Metepec, y se fue.
Acá nos quedamos con la rabia y desesperación de ver que nuestro presi sólo alcanzo a decirle “gracias; vuelve pronto”, se agachó y se fue de lado, querido amigo.
Ya después, don Enrique sacó las garras tuiteras y le espetó al güero que nosotros no haríamos el muro.
Yo, ya pensándolo bien, creo que sí deberíamos intentarlo. Pero no de piedra, sino de nopales.
Una nopalera en toda la frontera que diera un titipuchal de tunas y nopalitos criollos. El muro del piquete. Que acabara con la sed y el hambre de los que cruzan la frontera, y espinara a tanto pollero y autoridad corrupta. Un muro donde de vez en vez, enviáramos a políticos deshonestos y rateros a una rascadita de espalda.
Voy por el muro verde para hacer nopales navegantes, cocidos, asados, fritos. Donde me he de comer esa tuna.
Ahí te vamos Donald. Que sí los construimos, y te llenamos de baba la Casa Blanca.
Nos encontramos en @gfloresa7.